Los siguientes jinetes de los que se conservan registros dignos de mención son los asirios, grandes cazadores del 800 a.C; que en lugar de aferrarse a la grupa, se sentaban en el centro del lomo. Fueron sucedidos por los persas. Pero fue un oficial de la caballería griega, Jenofonte, quién marco el primer hito en la equitación clásica.
Nacido en Atenas en el 430 a. C escribió dos libros (HIPPIKÉ e HIPPARCHIKÓS) que recogen buena y abundante información sobre un método ecuestre aún vigente, ya que sentó las bases del arte ecuestre clásico. Abarca la doma, la adquisición y el adiestramientos de jóvenes caballos, a los que Jenofonte entrenó siguiendo casi todos los pasos que hoy conocemos. Además de ejercicios y equilibrios de flexibilidad que comprendían cambios de andadura y dirección, vueltas y círculos, enseñó a sus caballos a saltar pausadamente sobre los corvejones y disfrutó de las cacerías y cabalgatas a campo atraviesa cuando pudo poner en práctica sus principios ecuestres.
Jenofonte estudió también la mente del caballo y creyó en el valor del premio y el castigo. Este principio lo compartía en todas las ramas de la hípica. Insistía en la paciencia para el trato con los brutos y desaprobaba con energía el uso de la fuerza para lograr los resultados apetecidos. Por muy avanzadas que fuesen las ideas de Jenofonte, tenía la gran desventaja, cómo oficial de caballería, de no tener silla. Como buen oficial al servicio de Esparta que era, montaba a pelo, sin ni siquiera una manta al lamo del animal, hecho que sin duda aumentó su afición a los lomos musculosos. Cacalgaba con las piernas extendidas y los pies hacia abajo, y afirmaba que la pierna desnuda del humano, en contacto directo con la piel del animal, aumenta la adhesión.
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