Cabría pensar que el capítulo precedente, dedicado al caballo antes de su domesticación, se enmarca en las competencias del naturalista, ya sea biólogo o zoólogo, acostumbrado a trabajar más en el pasado que el presente. Con sus conocimientos ecológicos, estaría capacitado para contemplar al caballo en relación con su medio ambiente y evaluar los efectos que sobre él tuvieron el clima y la vegetación, los que ocasionaría el propio caballo sobre la vegetación, así como sus relaciones con otros seres vivos, ya sean herbívoros(con los que se disputaría los pastos), ya carnívoros (que controlarían la población equina). Estos últimos serían sus enemigos naturales, entre los que destacará el hombre hasta el momento de la domesticación.
No faltan los expertos cualificados en este terreno ; abundan entre el profesorado de las escuelas de veterinaria. Sin embargo, son necesarias, unas cualificaciones que desbordan la experiencia del simple naturalista a la hora de adentrarse en una disciplina relativamente nueva, como es la historia del caballo desde su domesticación, la historia de su crianza y la de los pueblos que lo domaron. Sería deseable, que además del conocimiento del equino prehistórico, se tuviese cierta familiaridad con la equitación y las artes ecuestres, entre las que incluyen prácticas de tiro y de monta. Además se precisan algunos conocimientos sobre la vida militar y la agricultura, así como la construcción de carreteras, cuándo menos lo bastante para saber lo que es o no factible en el diseño de un vehículo. Por último son también necesarias nociones históricas acerca de los aspectos técnicos de la construcción naval en momentos y lugares cruciales, para poder determinar, por ejemplo, si en el año 200 a. C era visible el transporte de equinos a través de 125 millas de mar abierto.
Como ya comentábamos con anterioridad hasta la invención del ferrocarril , en menor medida, desde entonces, hasta el nacimiento del motor de explosión, cualquier varón de clase media normalmente capacitado sabía cómo persuadir a un caballo para que le llevase desde el punto A hasta el B de una forma u otra. Ser incapaz de hacerlo equivaldría hoy a no saber montar en bici.
En estos tiempos sin conocimiento de Darwin bastaba con recopilar las citas pertinentes de la biblia y los clásicos, ordenarlas debidamente, y ya se tenía el armazón del trabajo y vida cotidiana.
Quizá parezca sencillo montar a caballo, pero en realidad, no lo era tanto. Nadie tuvo en cuenta que el Antiguo Testamento iba dirigido para un pueblo para quien el caballo era tabú. Hasta los días de Salomón, dicho tabú era tan estricto como el que pesaba sobre los perros o los cerdos. El hebreo piadoso recordaba con respeto a los patriarcas que habían montado camellos y asnos, pero nunca caballos. Para él, el equino estaba indisolublemente asociado a los invasores extranjeros, asirios, egipcios o persas. Por consiguiente, el Antiguo Testamento es una fuente histórica que respira indiferencia ante el tema y poco puede decirnos al respecto antes del 900 a. C, época de que en cualquier caso existen ya muchos otros testimonios.
¿cuándo y dónde se domesticó al caballo?
No tenemos una respuesta inmediata a este interrogante porque no existe ese dato de forma concreta.
Todo lo que sabemos es que había ocurrido ya en el tercer milenio antes de Cristo y que, a medida de que se dispone de nuevos datos arqueológicos, la fecha se remonta aún más atrás, hacia los primeros siglos de dicho milenio.